¿Has pensado alguna vez en viajar a Taiwán?
Yo tampoco.
Pero, en febrero de 2018, para allá que me fui.
Estaba viviendo en China, tuve que viajar a la isla por trabajo y junté deber con placer.
Es lugar bien desconocido, ¿verdad?
Desconocido a nivel histórico, político, natural, turístico y, en mi caso, incluso geográfico.
Sabía más o menos por donde quedaba pero podía haberla situado fácilmente a miles de quilómetros de donde realmente está.
Sólo sabía que los portugueses la bautizaron como “Formosa” (hermosa) y ahora sé que más que una pista, es una realidad poco discutible: Taiwan es una isla hermosa de norte a sur, de este a oeste.
La primera vez que me interesé por esta isla fue hace poco más de un año, gracias a Sanmao, autora de Diarios del Sáhara y Diarios de las Canarias.
Por casualidad, curioseando en una de las librerías de mi pueblo, vi un libro que me llamó la atención y me lo llevé a casa.
Me enamoré de Sanmao.
Así, sin matices.
Y Taiwan quedó en el radar.
Y Taiwan quedó en el radar.
Pero esta vez no fui yo quien escogió viajar a la isla, esta vez me tendieron la mano y me dejé llevar.
Qué gustazo, oye.
Después de haberme perdido en templos taoistas y budistas, cuidados y preciosos.
Después de haber conocido a Zixuan Shih, una monja budista, artista y jefaza de YuanQuan Books & Arts Cutlure + Cafe, uno de los locales más acogedores en que he estado.
En espacio y en personas.
Después de haber comido los dumplings de verduras más rico del mundo mundial, pensé que me encantaría tener mi oficina allí.
Después de imaginar lo bonito que sería trabajar rodeada de arte, de madera, de plantas, de café rico y con monjas budistas de fondo, con esas ropas granates, moviéndose sin parar, sin prisa pero sin pausa.
Después de perderme por rincones con olor a incienso y de tormenta tropical.
Después de conectarme la música y de perderme por las callejuelas, paseos y avenidas de los cien barrios de Taipei, la capital.
Después de todo esto, después, me enamoré de Taipei.
Taipei: me siento en casa.
Y esto es lo que escribí en uno de los muchos cuadernos que andan por mi casita Mediterránea, una tarde de febrero de 2018, en un banco de Taipei, en pleno Año Chino del Perro (texto sin editar):
Una marabunta de pensamientos me vienen mientras paseo por uno de los barrios de Taipei.
Guting es el nombre de la parada de metro, supongo que el barrio se llamará así también.
He parado para sentarme en lo que creo que es un banco, pero que parece no serlo porque las bicicletas pasan a un palmo de mis rodillas.
Bueno, mientras ese palmo no se estreche, todo bien.
Y he parado por una sensación: la misma que siento cuando paseo por Barcelona, donde viví cinco años.
Me he sentido paseando por mi ciudad, como si Taipei ya formara parte de mi vida, de mi realidad.
Quizá la música de Vetusta Morla que suena solo por un auricular haya puesto el toque onírico a este paseo sin rumbo, pero me he sentido a gustito.
Taipei ha sido una sorpresa hermosa y refrescante, con terremoto de 5,2 grados incluido.
Este año, mi hogar está en Chansgha, en el centro sur de China.
La gente me trata genial, mis condiciones son buenas y estoy aprendiendo y experimentando cosas que jamás hubiera imaginado.
Pero Changsha no es fácil.
Está viviendo una época de crecimiento económico muy bestia, que el gobierno está ‘mejorando’ la ciudad (mejorando entre comillas porque se están cargando toda la parte antigua, fomentando la gentrificación, y tengo mis dudas de que esa sea la mejor estrategia de desarrollo) y que se está invirtiendo en transporte público e infraestructuras.
Pero siento Changsha llena de tensión.
No puedo relajarme porque si lo hago…¡pam! Llega un ‘By the way…’ (‘Por cierto’) a última hora que anula todo lo que hubiera habido u ocurrido antes de ese momento.
Esa explosión económica no ha llegado acompañada de un cambio de mentalidad y en China todo ocurre muy rápido en los últimos años.
Demasiado dinero y demasiadas ganas de tener aún más.
Pero claro, ¿cómo señalar a una sociedad o a un país cuando la mayor parte del mundo se rige por cuán lleno tenemos el bolsillo?
China no es mi lugar.
Estoy disfrutando y saboreando China, pero no es mi lugar.
Soy una bomba expresiva y el régimen autoritario de este país no permite crítica alguna al Gobierno.
A sonreir y a callar.
Quizá en ciudades con más recorrido internacional como Shanghai, Shenzhen, Guangzhou o Beijing me sentiría más libre, pero mi realidad es que vivo en Changsha y, pese a todo lo bueno que tiene y todo lo que me está ofreciendo (que es mucho, ojo), no me siento libre.
Y sin esa sensación de libertad, real o imaginaria, no soy del todo yo.
Así que me despido de Taipei sintiéndola mi ciudad y sintiéndome libre aquí.
Sensaciones.
A veces no sé explicar por qué van o vienen, pero son las que son.
Bienvenidas sean.
Adaptaciones
El entorno y el contexto afectan más de lo que pensamos cuando vamos a vivir a un país y una cultura muy distinta a la nuestra.
Sin embargo, en ocasiones el procesos de adaptación puede ser mucho más complejo de lo que esperamos.
Podemos perdernos en las diferencias, no encontrar el hilo conductor, el estado de ánimo sube y baja cual montaña rusa y puede que las fuerzas flaqueen porque no entendemos nuestra nueva realidad.
Si te estás planteando ir a vivir a otro país o ya lo has, y quieres que te ayude a estabilizar la montaña rusa emocional que puede aparecer en este proceso, entra en el enlace:
Un abrazo,
Anna