Cuando estoy viviendo fuera ‘de casa’, todo es mucho más intenso.
Todo lo bueno y lo menos bueno se amplifica y da meneos fuertes a cuerpo, mente y corazón.
Esta vez, pese a estar por cuarta vez en Perú y rodeada de personas a quien aprecio, quiero y me cuidan, reconozco de nuevo esta intensidad.
Bueno, puedo estar contenta: por fin aprendí a darme cuenta de que mis reacciones se amplifican como el eco cuando cambio de contexto, de códigos y de cultura, aunque éstos sean viejos amigos.
Sigo reaccionando a situaciones y provocaciones cuando me gustaría no hacerlo y poder controlar la situación. He ahí otro de mis aprendizajes: olvidarme del control. ¿Por qué no? En realidad soy más feliz cuando, ya de entrada, admito y acepto que eso del control es puro autoengaño.
Y eso es lo que me ocurre cuando vivo en otros lugares: pasa algo que me ayuda a ver que, por mucho que lo intente, no me voy a enterar de nada y simplemente voy a tener que dejar(me) ir y ver qué me sucede a mí y a mi alrededor.
Y, oye, vivo mucho más tranquila.
El otro día fue luna llena y la ciudad del Cusco nos regaló una apagón general para que pudiéramos disfrutar de una noche sin interrupciones eléctricas, sólo nos iluminaba selene, la killa.
Estas noches de poca luz y mucho frío nos obligan a parar.
Y eso es lo que hice también, parar, o al menos lo intenté.
Sentipensando
Pensé en lo intenso que es vivir en otro lugar, en cómo todo tiene picos más altos y más bajos, como una montaña rusa.
Pensé en los aprendizajes que eso comporta. No sólo para fuera sino, sobre todo y ante todo, para adentro.
Pensé en la flexibilidad que requiere y que a veces no aparece cuando más la necesito.
Pensé en el miedo que a veces siento y afrento.
Pensé en todos los prejuicios que ‘en casa’ creo no tener y que acá me estallan en la cara.
Pensé en todas la desigualdades que hacen que muchas personas en el Perú estén muy jodidas y que cambiar su situación no dependa de ellas, sino de un sistema llamado capitalismo.
Pensé en los privilegios que tengo y que debo agradecer a ese mismo capitalismo.
Pensé en lo afortunada que soy de tener una capacidad de adaptación tan bestia. De disfrutarla y que me haga disfrutar.
Pensé en la suerte que tengo con mis amigos y amigas, que saben ponerme en mi sitio con mucho estilo.
Pensé en lo bonito que es enamorarse y dejarse sentir, intentando aceptar que las cosas duran lo que duran y que el apego es bien fastidioso.
Pensé en que debe ser duro ser y sentirse emigrante.
Y pensé en mi propia intensidad, en mis sentimientos que tan a menudo intento esconder, aún no sé por qué.
¿Será inseguridad?
Será.
O no.
Sintiendo
Pero, sobre todo,sentí, sentí y sentí.
Y siento, siento y siento: alegría, nervios, tristeza, felicidad, rabia, fragilidad, diversión, celos, atracción, aversión, confusión, amor, agradecimiento, culpa, ilusión, vergüenza, fastidio, amor romántico, serenidad, nostalgia, empatía, miedo, fuerza, paciencia, soledad, poder, impaciencia, curiosidad, lujuria, guapura, vulnerabilidad, poder…
Contradicción de choque cultural en estado puro.
Quizá este sea uno de los posts más personales que vaya a publicar en el blog, ¿quién sabe?
A veces, cuando nos hemos atrevido a quitarnos algunas capas, ¿por qué no quitarnos la última y quedarnos bien desnudas frente a quien quiera mirarnos como de verdad somos?