“Gamarjoba Querido invitado,
Acabas de llegar a nuestra tierra, lugar de nacimiento del vino y ya conoces nuestra palabra más importante: “hola”.
Georgia es un paraíso foodie, así que vas a tener que comprar pantalones de una talla más a tu partida. Conocerás a personas que llevan el corazón en la mano. La hospitalidad es nuestro segundo nombre, de modo que recibe este regalo como muestra de lo que está por llegar.
Te deseamos una estancia placentera y ¡nos vemos!
Saludos,
Georgia”
Welcome
Ese es el primer mensajes que recibí al llegar a Tbilisi, la capital.
No lo vi en un cartel gigante.
Lo leí en la botellita de vino tinto que me regaló la agente de aduana que estampó mi pasaporte y me dio permiso para entrar a Georgia.
Bueno, a mí, y a los miles de personas que llegan al país y que pasan por la fila de “Otros pasaportes”.
No acabé de ver claro eso de que el vino nació en Georgia pero wikipedia es chivata y se ve que cultivan uva y hacen vino en esta zona (Transcaucasia) desde el 6000 a.d.
Y sí, tienen vinos muy ricos.
Otra cosa que me gusta es su alfabeto.
Redondito, letras ilegibles y más cercano visualmente al tailandés que a cualquier idioma vecino.
Al menos así lo ve una ignorante de la cultura georgiana como yo.
Porque la verdad es que no tengo ni idea de Georgia.
Bueno, de algo me he enterado ya en estos dos días por estos lares, pero vamos, que me quedan lo menos 15 siglos para ponerme al día con toda su historia.
Una de las primeras cosas que pensé cuando decidimos venir aquí és: “No tengo ni pajolera idea de Georgia. Nasti de plasti”.
Y aquí estoy, aprendiendo mientras formo parte de la geografía humana de Georgia durante 144 horas.
Es lo mejor para acordarse de las cosas.
Vivirlas.
Ya sea sobre Georgia, sobre mirar antes de cruzar la calle o sobre cocinar callos a la madrileña.
Porque mucha teoría y poca práctica: mucha chacha y poca chicha.