Sin darte cuenta, todo tiene más sentido (en Georgia)

Lo bueno de volver a un lugar que te gusta por segunda vez es que la miras con otros ojos. 

Sin darte cuenta, todo tiene más sentido.

Los locales impersonales se convierten en colmados, panaderías con kachipuris caseros, restaurantes con berenjena asada y envuelta en salsa de frutos secos , cafeterías diminutas con café expreso y café turco, tiendas de souvenirs llenas de telas hermosas y locales de striptease camuflados, que solo ves cuando vas dos metros detrás de tu maromo y ves como lo acechan los porteros cual abejas a la miel.

Callejeas sin saber dónde acabarás pero sabiendo hacia dónde vas. 

Hacia el río Kurá, hacia la plaza de la Libertad, hacia la fortaleza, hacia la ciudad antigua, hacia los baños termales, hacia el barrio armenio, hacia la cafetería molongui donde sólo puedes pagar con tarjeta y donde los camareros se hablan entre ellos con pinganillos.  

Y empiezas a distinguir unas pegatinas negras y rojas por todos lados. 

Y descubres que el 20% de Georgia está ocupada por Rusia.

Que ya habías oído hablar de la antigua Ossetia del Sur pero que (ya tocaba), ahora sabes también que la región de Abkhazia anda bajo ocupación militar rusa desde 2008. 

Y abres los ojos como platos ante la  pedazo de obra artística de Zurab Tsereteli. 

Y alucinas con la cantidad de pintores que hay los domingos en el mercado del Puente Seco. 

Y recuerdas que, a la vuelta a casa (¿a casa?), quieres ir a ver la peli “Solo nos queda bailar”. Peli georgiana sobre baile y bailarines que no se estrena en Georgia porque, ay ay ay, la homosexualidad entra en juego y ups…  Shhhh, calla. Que no se vea.

Y salivas con solo pensar en esa granada que te vas a zampar cuando llegues a casa. 

Y disfrutas con la cantidad de tienditas que hay en los túneles de la ciudad, esos que tan a menudo hay que tomar para cruzar avenidas y que están tan llenas de vida. 

Y empiezas a distinguir alguna palabra suelta y a pensar que, bueno, que quizá no sería mala idea estudiar un poquito de georgiano.

Y es que nunca se sabe, oye. 

Estoy en el corazón del Cáucaso y me siento en casa. 

Esto tiene un espíritu mediterráneo y callejero que no se puede aguantar. 

Me gusta Tbilisi. 

¿Me adoptaría esta ciudad?

En fin, que te vengas para Georgia, que mola un montón y aprenderás cantidubi dubi dubi, cantidubi dubi dá.

Anna Rodríguez Casadevall
anna@ideasontour.com