¿No te curre que te das cuenta de lo mucho que echabas de menos algo (o a alguien) sólo cuando vuelves a vivirlo?
A mí me ocurre y esta vez no ha sido una excepción: ¡cuánto te echaba de menos, Cusco!
Bueno, no al Cusco como lugar físico, sino todo lo que implica estar acá: Alberto, Nancy, Amparo, Julia, Lalo, Nathalie, Ana, el Churro, Wilmer, Elio, Gisela, Sedán, Camucha, Machi, Elsa, Selene, Caty, Miguel, Eric, Yuriko, Sheila, los Calachaki y, por qué no, también los cuchiwatos y los pastrulos.
Me hacen sentir en casa desde el primer momento.
Gracias de nuevo.
Y las cosas cotidianas…
Subir al bus, recordar la ruta (o no) y el precio del pasaje. Ver que muchos me miran extrañados por ser la única gringa.
Tomar emoliente bien calentito cuando es oscuro y está alalau (muy frío) un té piteado (con alcohol) para calentar el cuerpo y las ideas, y un pisquito para hacer bajar la comida.
Llegar a la Plaza de Armas y ver que siempre hay movimiento de gente, música, danzas y gringos (extranjeros).
Ir al mercado de San Pedro a tomarme un jugo de lúcuma y un queque (bizcocho) de choclo (maíz).
Beber chicha morada al mediodía y chicha algo más subidita de grados y fermentación en la tarde, en una de esas chicherías tan difíciles de ubicar.
Saber cómo vestirme cuando salgo de casa para no pasar frío en la mañana y la noche, y tampoco freírme al mediodía.
Autorregalarme un subidón de azúcar cada vez que me tomo una Inka Kola (refresco amarillo florescente).
Darme cuenta, cuando se me rompen las botas, que encontrar un 41 en calzado de mujer es una odisea.
Saber escoger qué papa necesito comprar a las señoras del mercado entre las más de 2000 variedades de papa peruana, a cual más rica.
Salir de parranda y recordar que aquí se baila en pareja y querer fundirme porque, como me dice Alberto, debo recordar mover las caderas y no la cabeza.
Darme cuenta de que la dieta mediterránea quizá sea sana, pero es sosa como ella sola.
Disfrutar de lo cotidiano y de lo comunitario sin pasar por la teoría, disfrutarlo nomás.
Subir cuatro escaleras y quedarme sin oxígeno.
Decir “Salú” y brindar cada vez que tomo un trago de chela (cerveza) acompañada.
Intentar hablar lento para que me entiendan. Y no lograrlo.
Relativizar los tempos y el concepto de puntualidad.
Comprender qué significa exactamente “ahorita”.
Agacharme cuando subo al bus urbano.
Recuperar todas las palabras y expresiones en quechua y en castellano peruano que aprendí y que, de nuevo, olvidé.
Volver a reconocer a bricheros, pastrulos y flipaetes varios (es una de las cosas que más me divierte).
Sentirme totalemente naïf en ciertos momentos y situaciones porque mi mente europea así funciona, por más que intente cambiarla.
Encontrarme con los amigos y que sea como si nos hubiéramos visto ayer.
Beber mate de coca y de muña.
Reírme con el humor negro y sin los filtros peruano. No se salva “ni el tato”.
Querer quedarme siempre más tiempo del que tenía planeado.
Cusco: Gracias por desmontarme los esquemas cada vez que vengo a verte.