#historia21
Ciudad de México, 1 de julio de 2019
De vuelta a Ciudad de México, esta macro ciudad que me obliga a activar de nuevo el radar.
A cuidarme más de lo acostumbrado y a tener los sentidos a flor de piel y a flor de instinto.
Me gusta.
Vivir rodeada de chilangos y chilangas tiene un no-sé-qué que le da vidilla al asunto.
Eso sí, no me libro de la lluvia.
Por suerte, no lloverá durante 36 horas y la ciudad no se inundará durante 5 años como pasó en la capital en 1692.
Y es que Ciudad de México está construida sobre un lago.
Sí, sí, un lago. Por eso se hunde.
Literalmente.
Entre eso y los terremotos que la sacuden cada cuantos años, a la capital le ocurre igual que a las personas mayores: va perdiendo centímetros de a poco y no te das cuenta hasta que las comparas con fotos del pasado.
Tenochtitlán fue la capital del imperio Mexica (azteca).
Construida en 1325 en medio del lago Texcoco, fue el lugar escogido para levantar el imperio, porque los mexicas lo tuvieron claro en cuanto vieron la señal que Huitzilopochtli les había prometido: un águila devorando una serpiente sobre un nopal (una variedad de cactus) que crece en una roca.
Toma ya.
La señal es clarísima, vamos.
Eso no puede discutirlo nadie.
Y ese símbolo es el que sigue en la bandera mexicana.
Las banderas me sobran bastante, cada vez más.
Pero esa tela gigante de 200 kilos y pintada a mano que ondea en la plaza del Zócalo, en el corazón de la ciudad, es preciosa, todo hay que decirlo.
Igual que preciosa es la capital de México.
Hermosa a los ojos y a lo que no se ve.
Porque lo invisible es lo que te conquista la patata, lo se te clava entre ceja y ceja, lo que no se olvida porque no es memoria sino sensación.
En fin, aprendizajes on tour.
Es lo bueno de viajar, que no hace falta estudiar para aprender.
Ya lo dijo Einstein:
El aprendizaje es experiencia.
Todo lo demás, es información.
Un abrazo,
Anna
