Repitiendo entre narizones inesperadamente sexy

Cómo me gusta Tbilisi.

Repito en la capital de Georgia, esta ciudad de narigones inesperadamente sexies, de vino rico y de comida que te quita el sentido. 

5 días intensos para darle a la pata por el mundo combinando trabajo y placer.

Qué maravilla, oye. 

Uplistsikhe

El viernes nos fuimos de excursión con George (se pronuncia “guiorgui”), que no paró de contarnos historia e historias de Tbilisi, de Gori, de Uplistsikhe y de Mtskheta, entre otras.

La ciudad Uplistsikhe está a unas dos horas de Tbilisi.

Se fundó hace 3000 y mucho de la ciudad sigue en pie. 

No todas las construcciones, muchas han ido cayendo por el viento, la lluvia y la nieve. 

Otras casas y habitaciones siguen ahí, callando toda la historia y las historias que pasaron de muros para dentro.

Y para fuera. 

En la entrada de la ciudad había un fuego que quemaba día y noche, verano e invierno, con lluvia y con sol. 

Era un fuego traído de Persia por los zoroastristas y, si los espíritus lo apagaban, solo podía prenderse de nuevo con fuego persa, cargado de la energía, la sabiduría y la fuerza del profeta Zaratrusta. 

Una calle estrecha y sinuosa con las marcas de los carros a lado y lado, atraviesa toda la ciudad. 

Es la calle principal. 

Junto a esta calle, escaleras. 

En el cruce de esas escaleras principales con otras calles, las prisiones, que se construían en lugares de paso para que todo el mundo pudiera parar y mirar hueco abajo quién andaba entre rejas y reírse un poquito del delincuente de turno. 

También tenían farmacia. 

Aún se conservan los huecos donde se clasificaban y guardaban las hierbas, las curas y las pócimas. 

Muchas casas cayeron, de otras se conservan las columnas con grabados de más de 2000 años casi intactos, en otras, se pueden leer mensajes bien rayaditos a navaja y fechas algo más contemporáneas: 1952, 1975, 2017. 

El altar principal está en la parte alta de la ciudad, mirando al río, al valle y a lo que fue el poblado años ha.

Un techo a cielo abierto con hermosos grabados  y una terraza imponente fueron escenario, durante siglos, de las ceremonias que unieron a comunidades de distintas fes, de distintas procedencias, de distintas lenguas. 

Y, por supuesto: vino

Y, por supuesto, algo que no puede faltar en Georgia: vino y jugo. 

Uva, granada, limón, mandarina… pero, sobre todo, uva y granada. 

Por toda la ciudad, en el suelo, se mantiene el sistema de preparación del vino. 

Bañeras pequeñas y grandes en el suelo, con sistemas de drenaje, de canalización y de recogida. 

Todo a punto para ofrecer vino a los dioses y también a los humanos.

Yatusae. 

Andaba loca imaginándome la vida en ese lugar tan especial. 

Tan impactante y tan en medio de tanta naturaleza y tan en medio de la nada. 

Y es que Uplistsikhe no es una ciudad cualquiera. 

Uplistsikhe es una ciudad tallada a piedra, en la montaña. 

Pico y pala para los esclavos.

Casas cueva a la vera del río y en la parte baja para los más pobres. 

Casas cueva con columnas de piedra que parecen madera en las casas de arriba, esas que dieron cobijo a tantas familias bienestantes. 

Estábamos casi solos porque el frío y el viento no invitaban a pasear montaña arriba.

Pero lo bueno de que la nieve nos sorprendiera en lo alto de la ciudad, solos, es que pudimos mirar todo lo que nos rodeaba e imaginarnos a niños correteando escaleras arriba, parándose para reirse de los presos. 

A mujeres preparando una buena cosecha de uvas.

A jovenzuelos prensando la fruta en bañeras talladas en el suelo y repartidas por la cara este de la montaña.

Y a hombres rudos cargando litros y litros de vino tinto y blanco montaña arriba, en tinajas de barro, listos para ser guardados a buen recaudo hasta nuevo aviso. 

Aprender on tour

Qué privilegio, ¿no?

Y es que esto de aprender in situ no tiene precio.

El nombre de la ciudad lo olvido, fijo. 

Lo que no se olvida es lo vivido.

Alguna neurona con súperpoderes debe ocuparse de eso. 

Qué suerte la mía y la de quienes se atreven a hacer lo que realmente nos pide el cuerpo aunque nos caguemos de miedo por dentro. 

Cada cosa tiene su momento pero, cuando el momento llega,

¿Para qué seguir usando el miedo como excusa para no hacernos responsables de nuestras decisiones? 

¿Por qué no atreverse a vivir lo que queremos vivir y no dejamos de posponer?

Porque, porque, porque…

¿Más excusas?

Anna Rodríguez Casadevall
anna@ideasontour.com